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19 de febrero de 2014
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Qué hacer cuando llueve: que el agua no te arruine el viaje

Si aparece la lluvia hay que cambiar de planes pero no es necesario quedarse esperando a que escampe. Ofrecemos un programa variado para que el agua no estropee el viaje.
Qué hacer cuando llueve: que el agua no te arruine el viaje
No dejes que la lluvia amargue tu viaje

Por Henar Riegas
Por más que uno se empeñe en tenerlo todo controlado cuando ha programado un nuevo viaje, hay algunos aspectos que no dependen de la eficacia en la organización. Entre los imponderables más destacados está el clima y entre las posibilidades meteorológicas menos deseadas está la lluvia. Pero a veces llueve. Puede que mucho. Y las opciones son quedarse malhumorado esperando que escampe o elegir entre las alternativas posibles, que las hay, a pesar de que descoloquen los planes previstos, o los deseos.
De ruta por los museos
En todas (o casi todas) las ciudades grandes, también en las pequeñas, e incluso en muchos pueblos, hay museos. Y los hay de temáticas variadas. Buscar las propuestas que mejor se adapten a los gustos del viajero es una opción muy recomendable puesto que recorrerlos y disfrutar de lo que muestran aseguran el entretenimiento para varias horas.  En ocasiones, pueden encontrarse ofertas especiales para visitar varios museos de la misma ciudad comprando un ticket conjunto y recrearse, si el visitante se anima, en un recorrido intensivo por el arte, la historia o las costumbres.
Entre libros anda el juego
Las librerías son esos lugares imperdibles, y casi siempre sorprendentes, que se pueden encontrar en todos los lugares que uno visita. Las hay famosas, artísticas, temáticas; también las hay pequeñas, escondidas y sorprendentes. Lo bueno de las librerías es que siempre van a esconder tesoros; libreriaen muchos casos (y cada vez son más numerosos) permitirán asiento y café para hurgar profusamente en los títulos. Si hay suerte, además de libros uno puede toparse con alguna actividad interesante, como un cuentacuentos o una conferencia o, tal vez, se dé la oportunidad de escuchar y conversar a un autor admirado. Pase lo que pase, entre los libros siempre pasan cosas buenas y el placer, por horas si se quiere, está asegurado.
Ruta gastronómica
Descubrir la gastronomía local debería ser una obligación para los viajeros. En definitiva, los lugares se expresan, y mucho, a través del paladar. Bien es cierto que no siempre hay tiempo para permitirse una inmersión culinaria así que, en caso de lluvia, entrar en ese restaurante o bar que recomienda la guía consultada, la intuición que se ha tenido en el paseo espontáneo o la sugerencia de otros viajeros, es una excelente opción. Deleitarse con los sabores autóctonos mientras se está a resguardo será una experiencia realmente sabrosa.
Los mercados y los sabores cotidianos
Otra manera de sumergirse en la gastronomía local es entrar en los mercados, cuando los hay. Generalmente ubicados en edificios con historia y con mucho sabor popular, los mercados muestran, además de delicias para saborear, una fotografía muy interesante de las costumbres, con sus ritmos peculiares, con sus comerciantes intensos y los compradores habituales que los frecuentan, incluso con los curiosos que observan. Y si entra el hambre, siempre va a haber numerosas opciones para satisfacer las ganas.
Iglesias y templos: arte y calma asegurados
Las iglesias y los templos son abundantes. No siempre hay suerte pero acostumbran a estar abiertos con amplios horarios  y, generalmente, sin coste alguno. Al margen de que el viajero sea religioso o se considere un individuo espiritual, las iglesias son (en su mayoría) extraordinarios referentes artísticos y culturales con grandes joyas para descubrir. Entrar en un templo y sentarse, en silencio, es una práctica muy recomendable, no solo porque puede ser un sitio idóneo para guarecerse de la lluvia sino porque también permitirá al viajero recuperar la calma.
Subirse al autobús
Si bien es cierto que no hay nada como caminar para descubrir una ciudad nueva, cuando las condiciones no acompañan, una solución es subirse a un autobús urbano. Lo mejor es elegir uno que haga un recorrido largo y que concluya su itinerario en alguna zona que se salga del circuito turístico. Es más que probable que en el trayecto aparezcan barrios, calles o edificios interesantes que de otra forma sería imposible haber conocido. Lo bueno de ser viajero en un autobús urbano (más en un día de lluvia) es que no importan, ni molestan, los atascos y que no urge llegar a destino. Mirar por la ventanilla de un autobús lleno de ciudadanos habituales, además de ser una postal interesante y curiosa, es un escaparate excepcional para reconocer las entrañas de un lugar ajeno. Para la vuelta, se recomienda cambiar la ruta y elegir otra línea, que siempre suma cambiar la perspectiva. 
Y si no, siempre queda la lluvia
Esta opción la dejamos en el último lugar pero no por eso es menos interesante. Porque también habrá viajeros a los que les guste mojarse, a los que les encante la lluvia, a los que no les importa que suceda o a los que si sucede, y no hay manera de ponerse bajo techo, no les amargue el día. Esos, disfrutarán del agua, de salpicarse en los charcos o de contemplar cómo cambia la luz del lugar y, probablemente, podrán hacer unas fotos espectaculares. Ya se sabe que caminar bajo la lluvia puede ser muy sugerente y que siempre habrá tiempo y lugar para secarse.

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