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13 de febrero de 2015
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Los caminos jesuitas en América

Desde California hasta el sur de Chile. A la mayor gloria de Dios, los jesuitas han dejado huella de su paso por las Américas.
Los caminos jesuitas en América
Testimonios jesuitas en toda Amércica

por Rodrigo Carretero

A partir de 1540, cuando Ignacio de Loyola fundara la orden, el trabajo misional de los jesuitas ha ido acrecentándose y desparramándose por el mundo sin pausa y con mucho fervor. Es en América donde su paso y, tras la expulsión en 1767, su leyenda se encuentran más vivos. Ya sea en cualquiera de las misiones desperdigadas en diferentes latitudes como en sus monumentales iglesias, o en sus estancias, la memoria de una época fecunda, donde la conquista no solo se hizo a sangre y espada. La cruz, la palabra, la educación en la fe cristiana fueron las herramientas de las que se valió la Orden para que su presencia en suelo americano pareciera eterna.

Hoy, tras la asunción del Papa Francisco, americano del sur y jesuita, el turismo ha re descubierte este tesoro patrimonial.  Las misiones jesuíticas en América fueron pueblos de indígenas organizados y administrados por los sacerdotes como parte de su obra evangelizadora. El objetivo principal de las misiones fue, que a través de la educación del natural americano, pudiese ser posible crear una sociedad que gozara de los beneficios y cualidades de la sociedad cristiana europea, pero ausente de los vicios y maldades que la caracterizaban. El trabajo hecho por los jesuitas en América constituye la materialización de una utopía en real y palpable y que hoy, pleno siglo XXI puede ser visitada, conocida y disfrutada.

La conquista española de la América septentrional abarcó las regiones de los hoy Estados Unidos de Florida, Texas, Nuevo México, Arizona y California. A lo largo de toda esta línea fronteriza, florecieron misiones jesuíticas, muchas de ellas dieron vida a los largo de los siglos a varios pueblos. En lo que es México, la península de Baja California fue epicentro de su objetivo, pero dejaron su huella también en los desiertos de Sonora y la escabrosa Sierra Tarahumara de Chihuahua levantando decenas de iglesias. En el estado de Sonora se ha armado un circuito que recorre las misiones, junto a museos que cuentan una historia de sacrificio y provecho. Recorrer el Perú virreinal, el posterior a la conquista, donde Lima era el centro del mundo es acercarse poco a poco al corazón jesuita en América del sur. La capital peruana y Cuzco son dos puntos de visita obligada para comprender que la labor pastoral no fue algo espontaneo, si no que obedeció a un sistema de evangelización, pero también de expansión, conquista, uso de los recursos humanos y naturales de los nuevos territorios descubiertos para el provecho final del hombre europeo.

Tres sitios ineludibles

Para conocer en profundidad, para poder tocar la historia y finalmente vivir de cerca la experiencia jesuita en América hay tres lugares que son más que obligatorios para el viajero. Si es posible en tiempo y medios, es recomendable hacer todo el circuito en conjunto. Para empezar, la ciudad de Córdoba, Argentina, ya que allí se asentó la capital de la Provincia jesuítica del Paraguay, dentro de cuyos límites se encontraban estos tres lugares recomendados. Lo que hicieron los jesuitas en la actual provincia de Córdoba, en el centro de la Argentina es único debido a que aquí no se trata de misiones como tal, con la función específica de la evangelización. En la ciudad homónima, con el correr de los años, fueron creados el Noviciado, el Colegio Máximo ( hoy Universidad Nacional de Córdoba), el Colegio Monserrat , la Iglesia matriz de la orden y demás asentamientos. Para el sustento de todos ellos, alrededor de la ciudad y desparramadas por las sierras, los jesuitas crearon seis estancias de producción agropecuaria, verdaderos centros de trabajo social dedicados a una labor específica. Hoy quedan en pie cinco de ellas, en perfecto estado de conservación y pueden ser visitadas en el circuito llamado, justamente, Estancias Jesuíticas del Norte. Los cinco establecimientos y la Manzana Jesuítica fueron declarados en 2001 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO debido a su función, centros de producción agrícola con un sistema socio- económico sin parangón en ninguna otra latitud. Más allá de esto, Córdoba ofrece al turista muchas más opciones que bien valen la pena la visita.

De allí, vuelo directo a la ciudad de Puerto Iguazú y tras unos días de goce en las Cataratas del Iguazú, la excursión a las Ruinas Jesuitas de San Ignacio es una pequeña muestra de lo inmenso que fue el trabajo misional de los jesuitas en la selva paranaense. Hay testimonios, ruinas y museos en las provincias argentinas de Misiones y Corrientes, en el Estado de Rio Grande del Sur en Brasil y Paraguay ha creado su propia ruta de las misiones. La tentación de conocerlas todas es grande y si se dispone de posibilidad de hacerlo, no hay que dudar. Seguir hasta Asunción y de allí atravesar el Paraguay, hasta llegar al Chaco boliviano, a Santa Cruz de la Sierra. Aquí comienza un viaje musical a través de los siglos. Las Misiones Jesuitas de Chiquitos están ubicadas a poco más de 200 kilómetros de la ciudad. En menos de un siglo, los jesuitas se las arreglaron para dejar una huella imborrable en estas regiones.  Aquí las construcciones despiertan admiración debido a su curiosa arquitectura barroca mestiza realizada en madera, pero sobre todo a la importancia y riqueza de la música barroca, compuesta y ejecutada en las misiones, cuyas partituras constituyen una colección única en América y actualmente se conservan en el Archivo de Chiquitos de Concepción.  El alto nivel artístico y el profundo significado cultural de las obras, motivaron a la UNESCO a declarar en 1991 Patrimonio de la Humanidad a los pueblos de San Javier, Concepción, San Miguel, San Rafael, Santa Ana y San José de Chiquitos. Anualmente se realizan conciertos de música, cuyo intérpretes son los propios pobladores, utilizando aquellas partituras e instrumentos de época. Un viaje en el tiempo a través de la música.

El turismo siempre encuentra nuevas miradas, nuevos conocimientos, curiosas formas darle al viajero opciones de encarar la historia y la cultura. En tiempos modernos, donde la instantaneidad ya pasó, poder vislumbrar el lento paso de los años es una experiencia dedicada “Ad maiorem Dei gloriam”.

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