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23 de julio de 2012
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Oporto, a orillas del Duero

Oporto, ciudad con mil caras, todas regadas por las aguas del río Duero. Por sus empinadas rampas y en sus añejas calles se respira la esencia de Portugal.
Oporto, a orillas del Duero
Puente Luis I
Texto: Armando Cerra - Fotos: Mónica Grimal
La tradición dice: “Lisboa se divierte, Coimbra canta, Braga reza y Oporto trabaja”.
Famosa es la oferta de ocio de la capital. Reconocidos son los cánticos de los estudiantes de la prestigiosa Universidad de Coimbra. En una visita a Braga se comprueba el número de iglesias y conventos desperdigados por sus calles. Y Oporto es puntal económico del país.
Pero, Oporto no es solo trabajo, existen lugares para divertirse, hay una pujante universidad y su patrimonio religioso es cuantioso. En realidad es cuantioso todo su patrimonio, tanto que fue reconocido en 1996 como Patrimonio de la Humanidad.Cafe Majestic - Oporto
Un paseo por las calles y sus abundantes rampas muestran una urbe vital. Ajena a la monotonía, contrastes constantes, con esa mezcla tan portuguesa de tradición y modernidad, alternando pinceladas decadentes, un tono desenfadado y notas de melancolía aquí y allá.
Un buen lugar para contactar con esas sensaciones es la Catedral. De lo más antiguo de la ciudad, ya que sus orígenes se remontan al siglo XII, aunque el templo actual es fruto de reformas de diversos siglos.
La Catedral posee interés por sí misma, gracias al aspecto de fortaleza que le otorgan los dos torreones gemelos de su entrada o por la belleza del claustro gótico. Pero también merece una visita por su ubicación, desde donde contemplar como las casas, palacios y casonas se apiñan en las colinas donde se asienta la población.
A los pies de la Catedral está la iglesia de San Lorenzo, conocida como Dos Grilos. Este templo es uno de los edificios pioneros del barroco portugués, lo que justifica su mención, pero la existencia en las proximidades del Museo de Arte Sacro, definitivamente justifica su visita.
Es uno de los muchos museos de la ciudad. Los hay de arte histórico y contemporáneo, donde se descubren las figuras del arte portugués, un gran desconocido. No obstante, hay una manifestación típica del arte luso, que no necesita de solemnes museos, basta pasear por Oporto para maravillarse con el arte de sus azulejos.
Viendo las fachadas de iglesias como la Capilla de las Almas de Santa Caterina o la de San Ildefonso, se aprecia la pasión portuguesa por los azulejos. Pero esta cerámica no se dedica únicamente a temas religiosos. Los azulejos surgen en cualquier rincón de Portugal. Ejemplo esplendoroso es el vestíbulo de la estación ferroviaria de Sao Bentao. Ahora que las estaciones de tren no poseen el romanticismo y el vapor de antaño, los azulejos de estas paredes son capaces de evocar otros tiempos.
Oporto - Iglesia San IdelfonsoIgualmente, el viejo tranvía de Oporto nos traslada al pasado. Se mantiene un tranvía con arcaicos vagones de madera, y a bordo de ellos se recorre lo más entrañable de Oporto, yendo desde la comercial calle de Santa Caterina a la señorial Plaza da Liberdade, para desde ahí ascender hasta la iglesia de los Clérigos, cuyo campanario es el más alto del país.
En las estrechas calles del entorno de la iglesia de los Clérigos se abren miradores sobre el Duero, y se descubren lugares idóneos para apreciar la rotunda ligereza del emblema de Oporto: el puente de Luis I.
Esta maravilla de la ingeniería del siglo XIX une ambas orillas del río, cuyas aguas son la esencia de la ciudad. En la actualidad, se ven barcos turísticos recorriendo el cauce del Duero, pero en otros tiempos por aquí navegaron embarcaciones que transportaban al Atlántico los barriles de vino Oporto, principalmente con destino a la islas británicas. Y fueron esos vinos los que impulsaron el desarrollo de la ciudad.
A consecuencia de ello, los comerciantes se enriquecieron hasta que, una vez asociados, crearon el Palacio de la Bolsa, cuya magnífica sede se puede visitar en las proximidades del Duero.
El palacio, todo lujo y brillo, es la expresión máxima de la fortuna que alcanzaron los comerciantes decimonónicos gracias al Oporto, un vino rodeado de glamour.
Muy alejado de ese encanto aburguesado se halla el vecino Mercado de Bolhao, pero merece la pena entrar para conocer la gastronomía local, con protagonismo absoluto del bacalao.
En este mercado es fácil entablar conversación con las gentes de Oporto, las cuales tras quejarse de la inestable situación actual acabarán ensalzando la belleza de su ciudad. El mercado de Bolhao es otro ejemplo más del juego de contrastes que es Oporto. Los ricos productos expuestos contradicen al aspecto ruinoso del edificio, y la alegría de algunos vendedores convive con sus pobres ventas.Tranvía - Oporto
Tras recorrer el mercado de Bolhao llega el momento de visitar el cercano Café Majestic, un café abierto en 1921 y en cuyos salones se reposa tras las tortuosas caminatas por las empinadas calles y se reflexiona sobre las múltiples caras que tiene Oporto.
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