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19 de noviembre de 2014
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Samarcanda, la seda y la piedra

Enclavada en medio de la mítica Ruta de la Seda, la ciudad de Samarcanda es tan verdadera como un relato de las mil y una noches. Desde el principio de los tiempos, un sueño hecho realidad.
Samarcanda, la seda y la piedra
Una verdadera joya en la Ruta de la Seda

por Rodrigo Carretero

Una ciudad con más de 2700 años de vida es un destino donde lo mítico y la leyenda se entremezclan en la cotidianeidad de lo que es, con lo palpable y visible y todos los demás sentidos. La ciudad de Samarcanda, ubicada el extremo este de República de Uzbekistán (ex U.R.S.S) despierta en sus visitantes esa sensación de vivir en un eterno ir y venir entre el pasado y el presente, dejando adivinar que el futuro tan solo será volver hacia atrás permanentemente. Estas atemporalidades la convierten en un lugar más allá de lo físico. Desde antes que Alejandro Magno la conquistara en el 329 a. c. ya deslumbraba dentro del Imperio Persa. Muchos la han poseído, pero ella permanece inconmovible al paso de los hombres, los años y las construcciones que otorgan su identidad a la ciudadela. Declarada en 2001 Patrimonio de la Humanidad, Samarcanda abre sus puertas. Quién las atraviese estará aquí y ahora. También allá, antes y después.

Llegar llevará muchas horas de vuelo hasta la capital de Uzbekistán,  Taskent. En ellas, no está demás aprender un poco sobre este país enclavado en el centro del continente asiático, independiente desde 1991. Mirando el mapa, la mayoría de los países de la región llevan el sufijo “stan”, que en persa significa “lugar de”. El nombre el país entonces es, sencillamente, “lugar de los uzbecos” que con un idioma de origen túrquico, fueron los últimos migrantes que llegaron y se asentaron en la zona. Acumular datos será útil a la hora de moverse por esta región que aun busca poder reafirmar su propia identidad. Finalmente, el ferrocarril es medio ideal para arribar a Samarcanda. El alojamiento es variado, tanto en su relación calidad precio como es sus arquitecturas que combinan las curvas típicas de la arquitectura persa con el racionalismo cuadrado soviético.  Para comenzar a conocer la historia, la ciudad en sí misma, lo recomendable es contratar una excursión en el país de origen del turista, con su propio idioma y comenzar por Afrasiab, hoy ruinas de lo que fuera una ciudad amurallada sobre una colina emplazada en el extremo norte de la actual Samarcanda. A partir de allí todo será deslumbre y gozo, pero lo cierto que es tanta información histórica, tantos conquistadores y defensores pueden llegar colmar la paciencia y satur la mente. Lo mejor es dejarse llevar. Como toda ciudad musulmana, Samarcanda ostenta decenas de mezquitas y madrazas. Algunas de ellas son las madrazas de Ulughbek, de Shir-Dor y de Tilla-Kori y entre los templos religiosos Bibi-Khonum y Bazar Siab. Lo que sorprende y deja boquiabierto es la arquitectura y la imposible de creer decoración de cada una de estos edificios. Millones de azulejos y celosías de colores variopintos, donde predominan el azul y el celeste, van conformando un entramado que trepa las paredes y culminan en inmensas cúpulas del color del cielo. A simple vista, todas las construcciones parecen iguales, monótonas, pero si se ha leído concienzudamente durante el viaje, se sabrá que el precepto coránico prohíbe levantar dos lugares exactamente iguales, como si fuese uno un espejo del otro. Todas ellas rodean el Registán (“lugar de arena”), la plaza principal de Samarcanda. Considerado uno de los sitios más importantes, no solo del país, sino de toda el Asia central, ingresar por su acceso principal es paralizante. Los edificios a sus costados de puertas imponentes, piel de azulejo, minaretes extraordinarios y cúpulas de color azul turquesa son sencillamente sobrecogedores. Todo es impresionante, el estar allí minutos y minutos, observando, dando vueltas sobre uno mismo y no poder creer estar casi en el centro geográfico de la mítica…

Ruta de la Seda

Hubo un tiempo que fue hermoso y violento. Donde la comunicación entre oriente y occidente implicaba meses y meses de largas caravanas por el inmenso desierto. Donde la recompensa eran grandes ganancias y el divisar a los lejos los minaretes de las mezquitas devolvía el alma al cuerpo. Hubo un tiempo donde Samarcanda fue el corazón de la Ruta de la Seda. Desde Chang'an (actualmente Xi'an) en China, pasando por Antioquía en Siria y culminando en la actual Estambul, Turquía, la inmensa ruta que se cree era recorrida desde tiempos prehistóricos ha ido conformando a lo largo de los siglos una identidad donde lo real nunca será más tangible que la leyenda. Y allí ya estaba Samarcanda. Su situación intermedia en el largo camino la hizo crecer, posicionándola como una de las paradas más importantes. Durante cientos de años la ciudad fue el centro del mundo del conocimiento. En ella se instaló la primera fábrica de papel fuera de China y desde allí se trasladó la sapiencia en todas direcciones. Algo tan importante como la invención de la imprenta. De hecho, sin papel, no hay imprenta… Por Samarcanda pasó primero Genghis Khan destruyéndolo todo a su paso y luego Marco Polo, construyendo lazos entre los lados del mundo. Aquí Tamerlán constituyó la capital de su imperio de origen mongol-turco. Ya pleno siglo XIV, la ciudad era uno de los mayores nudos de comunicaciones del planeta, centro de la inter relación entre las culturas europeas, persas, indias, chinas. Durante el periodo timúrida es cuando se levantaron las mezquitas, madrasas, bazares, palacios y plazas como el Registán. Muchos dirán que todos los caminos conducen a Roma, pero la Ruta de la Seda, vía obligada del saber y el comercio atraviesa Samarcanda, dejando una huella imborrable en su memoria. Samarcanda, donde mil y una noches pueden pasar tan solo en minutos y donde en sus paredes puede tocarse, sentirse el azul del cielo

Nota de la Ruta de la Seda: /noticia/la-ruta-de-la-seda/


Ver Samarcanda, la seda y la piedraítulo en un mapa ampliado
 
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