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26 de octubre de 2015

Halloween latinoamericano: de cráneos, caperucitas y flores amarillas

Cada 31 de octubre varios países celebran Halloween y aunque la tradición nació en Irlanda, movimientos migratorios y mediáticos han permitido una expansión, que mezcla el miedo a los muertos con el imaginario indígena y mestizo de la región latinoamericana.

Por Osjanny Montero González
En principio fue “All hallows eve” (Día de todos los santos) y dados los juegos de palabras que el idioma inglés suele hacer, la expresión se redujo a Halloween. Su llegada al continente americano, como tradición cultural, tiene su génesis en el  siglo XVIII, cuando emigrantes irlandeses llegan a estas tierras y la empapan de su música y todo su folclore.
Después, debido a sus representaciones relacionadas con la muerte, los fantasmas y lo pagano, se llegó a conocer como la noche del terror o día en que las brujas roban almas inocentes. Sin embargo, en Latinoamérica la creencia es otra: noche de diversión, de travesuras, de conjuros y hasta momento para dormir con los muertos de la familia.
Cráneos dulces, panes muertos
Cuenta la tradición celta que cada 31 de octubre la gente se juntaba para hacer fuerza y ahuyentar a los espíritus, que salían de los cementerios para robar las almas de los vivos y resucitar. Entonces, el truco estaba en confundirlos colocando huesos y calaveras como adorno en sus casas, es decir; jugar a ser un muerto más.
 Un país que adopta bastante bien este pasaje del ritual es México, en donde la celebración abarca tres días; iniciando el 31 de octubre, terminando el 2 de noviembre. Antiguamente, las civilizaciones Aztecas, Mayas y Totonacas  realizaban rituales en honor a sus muertos, presididos por el  dios Mictecacihuatl o “Dama de la muerte” en fechas muy similares.
Es por eso que hoy, las fiestas son mezcla de época prehispánica y herencia geográfica, por estar justo al lado de Estados Unidos, país que ha llevado la celebración hasta la gran pantalla.
La particularidad mexicana es atribuirle a la muerte un rasgo multicolorido, una dulzura presente en los platos servidos, tanto así que se considera a la muerte como una verdadera fiesta. Mujeres y niños visten trajes muy llamativos, artesanos ofrecen máscaras con formas de calaveras y bizcochos dulces con forma de cráneos que, si se hacen por encargo, pueden llevar el nombre de los muertos de la familia e incluso de los vivos para hacerles una broma.
Durante esos días, las cenas van acompañadas de un pan dulce con levadura, preparado sólo en esta fecha del año, y que todos conocen como “pan de muerto”.
Caperucitas sin lobos, trago hasta el amanecer
Hacia el sur de la región, la alegría se manifiesta en salidas nocturnas a boliches o discotecas con algún disfraz como vestimenta. Tanto en Argentina como en Colombia, Halloween es sinónimo de desinhibirse; de tomar hasta amanecer intentando ser algún personaje de ficción.
En la capital argentina, el año pasado, los trajes más vendidos fueron los de Caperucita Roja para las chicas y los de gladiadores para el sexo opuesto. Locales del barrio Palermo ofrecen fiestas, concursos a los mejores disfrazados y mucho trago para espantar cualquier fantasma.
En Colombia es común que grupos de amigos salgan en sus autos, también disfrazados, a espantar a transeúntes con chistes, travesuras y uno que otro truco.
Cena en cementerios, flores amarillas
Otro rasgo de la tradición celta era complacer a los muertos con sus platos y bebidas favoritas, para que a su regreso momentáneo por este mundo se marcharan contentos y satisfechos. Los druidas o chamanes celtas dejaban dulces a las puertas de sus casas para que los muertos, envés de entrar, se llenaran su estómago y siguieran de largo.
En Latinoamérica este fragmento del ritual es mucho más osado. Sucede que familias enteras se acercan hasta cementerios para llevar alimentos a sus difuntos, la noche previa al 1 de noviembre y, en el caso de Nicaragua, familiares más cercanos al muerto deciden quedarse y compartir la cena y la noche completa al lado de la fría lápida.
Muy cerquita, en Guatemala, las tumbas se decoran con la “flor de muerto” o una especie de clavel amarillo que nace sólo en esta época del año. A diferencia de sus vecinos centroamericanos, las familias van únicamente a limpiar los alrededores del panteón y a dejar flores frescas.
Más abajo del mapa; en Perú y Venezuela, las familias preparan altares dentro de sus casas, con velas encendidas, fotos de sus muertos más queridos y vasos de agua con el objetivo de rezarles, pedirles favores y recordarlos.
En Ecuador, la tradición también se acompaña de creencias indígenas que, además, de compartir un plato de comida cerca de su lugar de descanso, exige jugar al “Piruruy”, un juego de dados en el que se pueden saber asuntos pendientes del difunto.
Todas estas manifestaciones no son más que una demostración del sincretismo cultural tan presente en Latinoamérica y que se mantiene vivo, a pesar de la fuerte tradición católica. El Halloween se sigue reinventando y es sinónimo de juego, alegría y agradecimiento a esas personas que ya no están de este lado.