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22 de septiembre de 2014

La ciudad de Arlés para fotógrafos

Arlés, ciudad sureña, histórica, provenzal y bimilenaria. Los pintores la inmortalizaron en el pasado, y ahora lo hacen miles de fotógrafos y turistas.

Texto y fotos: Mónica Grimal
Cualquier apasionado de la fotografía, como es mi caso, tiene en Arlés un destino que debería incluir en su lista de próximos viajes. Más aún si el calendario y su economía le permiten viajar entre los meses de julio y septiembre, cuando las calles de esta ciudad de la Provenza acogen el festival Encuentros de Fotografía.
Todos los años, desde 1969, se celebra ese prestigioso evento fotográfico. Exposiciones, cursos, charlas, proyecciones y un sinfín de actos vinculados con el mundo de la imagen. Es decir, el paraíso para los amantes de la fotografía.
Aunque la verdad es que el resto del año, Arlés también es ideal para tirar y tirar fotos a sus calles, monumentos, bares o gentes. Personalmente, soy de las que le gusta sentir el peso de la cámara en el cuello. Pero los más comodones que abusan de su smartphone o aquellos que van a la última con sus tablets a todas partes, también llenarán la memoria con infinidad de imágenes.
Unas imágenes disparadas a una urbe que mezcla su larguísima historia con el tipismo provenzal del sur de Francia, y todo ello envuelto en una atmósfera artística que rememora la presencia en la ciudad de insignes pintores como Van Gogh, Gauguin o Picasso.
La gran ventaja de Arlés es que sus atractivos se concentran en una zona relativamente pequeña. Sin embargo, si se va pendiente de los encuadres y de los efectos de la luz sobre su peculiar arquitectura, esos paseos se prolongan con mil y una paradas por el entramado urbano arlesiano.
De pronto, la estrechez de las calles se convierte en amplitud, porque tarde o temprano nuestros pasos nos llevan al Anfiteatro romano de Arlés. Una edificación con dos mil años de historia, que antaño acogió luchas de gladiadores y hoy congrega a la afición taurina francesa para ver corridas de toros. Al contemplar el anfiteatro, el ojo del fotógrafo busca crear composiciones geométricas a partir de esas arcadas con dos milenios a sus espaldas o quiere contrastar las diferencias entre las piedras más antiguas y las nuevas que se han colocado tras la última restauración.
No es el único lugar donde se enfocará hacia monumentos de la Roma Imperial. No muy lejos se halla el Teatro Romano, donde el visor hallará los dos únicos testigos que quedan de la obra original. Dos esbeltas columnas corintias denominadas poéticamente “las dos viudas”.
Estos son los dos grandes recintos que evocan la “pequeña Roma de la Galia” como se llamó a Arlés. Pero aún hay más huellas de aquellos tiempos como las Termas del Emperador Constantino o el Obelisco que domina la Plaza de la República, el cual fue trasladado aquí en el siglo XVII desde su emplazamiento original en el viejo circo romano de la ciudad.
Precisamente en esta plaza, el fotógrafo volverá a disfrutar, ya que aquí posan para él diversos monumentos como el edificio del Ayuntamiento, el Palacio del Arzobispo, la iglesia de Santa Ana y, sobre todo, el templo de Saint Trophime. Ante su fachada en forma de arco triunfal es imposible no intentar captar los detalles escultóricos de sus figuras bíblicas que relatan el Apocalipsis sobre la piedra.
Tan tétrica trama prosigue luego en Les Alycamps, una necrópolis en forma de avenida repleta de tumbas y sarcófagos que plasman la historia arlesiana desde la época romana hasta casi los tiempos modernos. Los vestigios del pasado y la vegetación que los rodea sugieren infinidad de encuadres. Un paseo con la presencia tan cercana de la muerte y la magia de la luz del lugar. Por eso no es extraño que fuera motivo de inspiración para Vincent Van Gogh y Paul Gauguin.
Y estos son los dos últimos grandes protagonistas de un reportaje fotográfico por Arlés. Especialmente el torturado artista holandés, a quién la ciudad le ha dedicado una ruta turística que pasa por el Espacio Van Gogh ubicado en un antiguo hospital del siglo XVI donde se internó al pintor tras autoamputarse la oreja. Desde ahí ya se pueden conocer los diferentes lugares que pintó durante sus quince meses de estancia en la ciudad. Lugares como los antiguos muelles a orillas del río Ródano o la Casa Amarilla donde vivió.
Sin olvidar algunos de los cafés donde se emborrachaba a base de absenta.  En estos cafés puedes pasar un buen rato, para luego salir del local y descubrir la luz nocturna de Arlés y su hora azul. El momento de hacer la foto final del viaje, un particular homenaje a este triste artista. Sin duda, nuestra imagen no se podrá comparar con su famoso cuadro Noche estrellada, pero se trataba de hacer fotos para divertirse. ¿Para qué, si no?


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