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11 de noviembre de 2013

Los viejos balnearios del Sur de Francia

Las estrellas del turismo de salud son las aguas termales. Y sí hay un lugar que reúne esas condiciones saludables, ése son las termas pirenaicas francesas.

Texto: Armando Cerra  Fotos: Mónica Grimal
El relieve montañoso de los Pirineos plasma la frontera entre Francia y España. Esas montañas son un paraíso para senderistas, amantes del alpinismo y apasionados de la fotografía. Todos ellos recorren los caminos y carreteras de la región buscando sus espectaculares paisajes naturales y pequeñas poblaciones que conservan la arquitectura tradicional y las costumbres que durante siglos han permitido la vida en unos parajes tan agrestes.
Son poblaciones con iglesias medievales, castillos que protegieron la frontera y casonas de piedra donde habitaban los potentados de la zona. En definitiva, lugares tremendamente fotogénicos preparados para acoger a los viajeros en alojamientos con el encanto propio del medio rural.
A su atractivo paisajístico e histórico, se suma que en muchas de esas villas, sus condiciones geológicas han hecho que existan aguas termales, a las que desde hace siglos acuden personas para sanar sus dolores o simplemente para recibir baños y masajes que hagan que su organismo se encuentre en perfectas condiciones.
Son muchas las estaciones termales a lo largo de los Pirineos franceses. Algunas muy famosas, otras casi abandonadas y algunas revitalizadas en los últimos tiempos para convertirse en destinos vacacionales de lujo. Los hay en localidades como Bagnères de Luchon, Cauterets, Eaux Chaudes o Barèges-Barzun. Sin embargo, estas líneas están dedicadas a otros cuatro balnearios, cada uno con su propia personalidad.
Bagnères de Bigorre
Aquí se halla uno de los balnearios con más tradición de los Pirineos. A comienzos de nuestra Era, cuando llegaron los romanos para colonizar estas tierras pronto vieron las cualidades curativas de sus aguas sulfurosas y comenzaron a disfrutar de sus virtudes. No es extraño que fuera la civilización latina, tan amante del termalismo, la primera en reconocer los valores de estas aguas. Y desde entonces han sido innumerables las personas que han gozado de la calidad y calidez de ellas. Entre esas personas hay que contar visitantes ilustres como el compositor Rossini o el escritor Stendhal, quiénes llegaban hasta este recóndito lugar entre montañas para darse baños de salud y al mismo tiempo buscar la inspiración en la belleza de los bosques y ríos salvajes de la zona.
Argèles-Gazost
En esta encantadora población del departamento de Altos Pirineos hay un balneario menos antiguo que el anterior, pero con efectos igualmente beneficiosos para la salud. Hasta aquí llegan y llegaron acaudalados burgueses franceses, cuyo principal motivo de visita era darse baños curativos. Por lo tanto se trata de un balneario de apariencia opulenta, como así lo manifiestan las exuberantes mansiones que rodean las termas a las afueras de la villa. En cambio, el núcleo histórico de Argèles-Gazost es mucho más austero y el escenario idóneo para comprar y degustar la gastronomía pirenaica basada en las legumbres y la sabrosa carne del ganado vacuno y ovino que pasta en los prados de las inmediaciones del pueblo.
Luz Saint Saveur
La población de Luz Saint Saveur explota desde el siglo XVI su balneario de aguas ricas en azufre y minerales. El aprovechamiento de sus propiedades es ideal para las personas que sufren de afecciones respiratorias. Y como complemento a esos saludables baños  es necesario pasear por las calles de la población, una villa cargada de monumentos históricos como la iglesia de la Orden de los Templarios, el castillo de Santa María construido en el siglo X o la capilla de Solferino creada en 1859 por orden del emperador Napoleón III en el espacio que ocupaba un antiguo torreón de estilo bizantino.
Eaux Bonnes
Con sólo traducir su nombre al español: “Aguas Buenas”, está todo dicho. Tan buenas son que se explotan desde el siglo XVI. No obstante, fue durante el siglo XIX cuando tuvieron su mayor esplendor. Entonces los conoció la emperatriz francesa María Eugenia que quedó prendada de las propiedades de sus aguas y de la belleza de los paisajes circundantes. Por eso acudía regularmente a la pequeña localidad. De este modo se convirtió en cita obligada para la alta aristocracia que seguía a la emperatriz allá donde fuera. Y así, Eaux Bonnes se convirtió en un centro de una agitada vida social  repleta de cotilleos e intrigas políticas y amatorias. De ello queda como testigo el gran edificio del Casino, cuya rotunda presencia contrasta con las pequeñas dimensiones de la villa, en la que poco a poco los edificios grandilocuentes de antaño han ido tomando una apariencia ajada que envuelve a toda la población en una atmósfera romántica de enorme personalidad.